EDITORIAL

Alegato del Papa por la paz a la sociedad y a los gobiernos

La XXXI Jornada Mundial de la Juventud que se ha celebrado en Cracovia (Polonia), en la que el Papa Francisco se ha reunido durante cuatro días con más de un millón de jóvenes procedentes de un centenar de países, ha estado marcada por dos acontecimientos directamente relacionados con la violencia y con la capacidad del ser humano de hacer mal a sus semejantes. El primero fue la degollación al pie del altar del sacerdote francés Jacques Hamel por un lobo solitario yihadista, dos días antes del inicio de la Jornada. Un hecho trascendental porque era la primera vez que el Estado Islámico mataba en Europa a un representante de la Iglesia católica.

Francisco no ha soslayado en sus discursos y alocuciones las referencias a la violencia terrorista que sacude buena parte de Europa. Recordó su idea ya repetida de que el mundo 'está en una guerra a pedazos', para añadir que no se trata de una 'guerra de religiones' porque 'todas queremos la paz'. 'Hablo, en serio -dijo en el avión a los periodistas- de una guerra, una guerra de intereses, por dinero, por los recursos de la naturaleza, por el dominio de los pueblos'.

Por eso el Papa fue especialmente cauteloso al hablar del asesinato del párroco auxiliar de Saint-Etienne-du-Reuvray. No se refirió a la religión que sirvió de coartada a los terroristas ni quiso hacer un mártir especial del sacerdote, sino que recordó 'cuántos cristianos, cuántos inocentes, cuántos niños' mueren a diario en otras partes del mundo.

El segundo hecho relevante de esta Jornada ha sido la visita del Papa al campo de concentración de Auschwitz, donde los nazis asesinaron a más de un millón de personas, en su inmensa mayoría judíos. Francisco recorrió en silencio las instalaciones, rezó en la celda del sacerdote Massimiliano Kolbe, que dio su vida a cambio de un preso judío, y escribió en el libro de visitas: 'Señor, perdón por tanta crueldad'. Después, Francisco quiso hacer ver que la violencia que se vivió en aquella etapa de exterminio no ha desaparecido del planeta. Sin haber pronunciado una sola palabra durante su visita al campo de concentración, al llegar a la sede del Arzobispado de Cracovia, fue categórico al hablar a los que allí le esperaban: 'La crueldad no se acabó en Auschwitz, ni en Birkenau. Hoy, en tantos lugares del mundo continúa sucediendo lo mismo. Hoy existe esa crueldad'.

A partir de estas premisas, el Papa ha querido dejar claro durante su visita a Polonia que 'la violencia no se vence con más violencia', desechando así las ideas políticas que pueden inducir a respuestas radicales ante el terrorismo, o que llevan a recortar, en aras de la seguridad, derechos y libertades de las personas.

Hay que destacar en este sentido el primer discurso ante las autoridades de Cracovia, nada más aterrizar, en el que pidió que Polonia se mostrara 'disponible' para acoger a los inmigrantes, 'que huyen de las guerras y el hambre'. No son nuevas estas palabras, pero sí valientes en uno de los países de la Unión Europea más reticentes a seguir la política de acogida de refugiados auspiciada por Bruselas. Éste ha sido un mensaje repetido por el Papa durante estos días. En la celebración eucarística del sábado incidió en ello: 'Celebremos el venir de culturas diferentes'. Y pidió a los jóvenes, pero con palabras que deberían ser escuchadas por todas las autoridades del mundo, que tuvieran 'la valentía para enseñarnos a los adultos que es más fácil construir puentes que levantar muros', unas palabras que contrastan con determinados planteamientos políticos que, desgraciadamente, cada vez son más comunes en la sociedad occidental.

Francisco no ha perdido la ocasión para exigir a los jóvenes una nueva actitud que haga cambiar el mundo. En un lenguaje directo, se quejó de quienes 'parecen haberse jubilado antes de tiempo' y de los que se dejan arrastrar 'por el doping del éxito' o por la 'droga del egoísmo'. Les pidió compromiso cristiano para 'dejar huella' porque 'para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados, que confunden la felicidad con tumbarse en un sofá'.

El Papa es una referencia social y, en estos momentos, quien probablemente con más autoridad moral puede alertar sobre los peligros que la violencia, el terrorismo y la xenofobia suponen para la libertad y los derechos humanos. La Jornada Mundial de la Juventud ha servido de altavoz para que ese mensaje llegue a todo el mundo, creyente y no creyente.

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