Opinión

EDITORIAL

Recordar Maastricht para apuntalar el proyecto europeo

YVES HERMAN / REUTERS

El Tratado de Maastricht, que dio lugar a la implantación del euro en algunos países de la Unión Europea y, por tanto, puso las bases al mayor proceso de integración económica de la Historia, cumple hoy 25 años, justo cuando las dudas sobre esa integración crecen sin parar en distintos ámbitos políticos y en la sociedad. Aunque el Reino Unido no forma parte del grupo de países que se sumaron a la moneda única, la UE todavía está casi en estado de shock por el inesperado y sorprendente triunfo del Brexit en el referéndum de junio del año pasado.

Sentadas, en principio, las premisas de las bondades de la desaparición de fronteras y del libre movimiento de personas, capitales y mercancías por los países miembros, nadie esperaba que la mayoría de los ciudadanos de un país estuviera dispuesta a desandar el camino recorrido con tanto esfuerzo a través de tantos años. Pero así fue y hoy, cuando todavía no se ha empezado a negociar esa salida entre el Reino Unido y la UE, el demoronamiento de parte de lo conseguido tras Maastricht no se ve ya como una utopía, sino como una realidad ante la que hay que enfrentarse proponiendo soluciones imaginativas. Porque formaciones que tienen posibilidades de gobernar próximamente en países clave de la unión monetaria, como el Frente Nacional de Marine Le Pen, en Francia, o el Partido por la Libertad de Geert Wilders, en los Países Bajos, hablan sin reparos de convocar referéndums sobre la salida de sus países de la UE y, por tanto, del abandono del euro. En otros países, como Italia, Hungría o Austria, el ascenso de los populismos nacionalistas amenaza también con frenar el proceso de integración que tanto bien ha hecho a la economía europea en estos 25 años.

Es cierto que, en algunos aspectos, Maastricht se introdujo con calzador en las legislaciones europeas. No hay más que recordar aquellos criterios de convergencia establecidos para poder formar parte de la moneda única desde su nacimiento -inflación controlada, un déficit no superior al 3%, la deuda pública por debajo del 60% y un tipo de cambio estable- que fueron incumplidos en primer lugar por Francia y por Alemania. Pero ello no obsta para reconocer que todo el proceso integrador de la UE ha sido beneficioso para la inmensa mayoría de los ciudadanos del continente. Y en el caso español, no cabe duda de que estos 25 últimos años habrían sido muy distintos si no hubiéramos conseguido incorporarnos desde el primer momento a la Unión Económica y Monetaria. A pesar de que las recetas aplicadas desde la Comisión Europea en los últimos años para salir de la recesión hagan pensar lo contrario.

Desde este periódico defendemos la vigencia de esa Europa unida que ahora parece en entredicho como el mejor modo de acrecentar el bienestar económico y social de los ciudadanos. Por esta razón, es imprescindible que las autoridades comunitarias y los gobiernos redoblen sus esfuerzos por apuntalar un proyecto que ahora se encuentra más amenazado que nunca por ideologías xenófobas y totalitarias, que se aprovechan del incremento de la desigualdad que ha causado la crisis para engatusar a parte de los votantes con propuestas retrógradas. Por eso, recordar Maastricht debe ser un toque de atención para acelerar las reformas que necesita la Unión Europea.

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