El impacto de la gran crisis

ANTIGUOS directivos y empleados de Lehman Brothers planean organizar una fiesta con motivo del décimo aniversario de su quiebra. La conmemoración de este fatídico aniversario, sin embargo, debería ser un motivo de profunda reflexión. La caída del que fue el cuarto mayor banco de inversiones del mundo, el 15 de septiembre del 2008, supuso la confirmación de que la estafa de las hipotecas basura y los productos financieros tóxicos diseñados en Wall Street, descubiertos un año antes, habían contaminado a todo el sistema financiero internacional. A partir de entonces la crisis global, que dio lugar a la llamada Gran Recesión, alcanzó su máxima virulencia, con efectos que todavía perduran hoy en día. El visionario financiero George Soros advirtió, ya desde ese momento, que nada sería igual a partir de entonces. Y así fue. La vida de millones de ciudadanos, la economía y la política cambiaron sustancialmente.

La economía mundial ha consolidado importantes ritmos de crecimiento y de creación de empleo después de los estragos que ocasionó la gran crisis. Pero esta mejora económica está sustentada en un enorme endeuda­miento. La deuda global de los estados se ha más que duplicado, hasta los 60 billones de dólares, al igual que la deuda privada, que también se ha multiplicado por dos hasta los 66 billones. Esto supone un riesgo permanente de nuevo colapso. Pero, de momento, el mundo vive al margen de ello.

La salida de la gran crisis se ha producido a costa de un duro ajuste laboral, salarial y presupuestario que ha provocado un gran aumento de las desigualdades económicas y de las dificultades de las familias para salir adelante. La financiación del enorme endeudamiento de los estados, realizado para inyectar fondos a la economía y al sistema financiero, además, se hace con cargo a los impuestos que pagan los ciudadanos. Este proceso se encarecerá a medida que el Banco Central Europeo y el resto de bancos centrales empiecen a subir los tipos de interés, tal como ha hecho ya la Reserva Federal.

La banca y las grandes empresas han vuelto desde hace años a los beneficios, pero los costes de la salida de la crisis se han nacionalizado en la mayoría de los países y han recaído en los ciudadanos. La sensación de malestar y de estafa colectiva que esto ha supuesto entre las clases medias y las clases trabajadoras explica las transformaciones que se han producido en la política, con el auge creciente de los populismos, tanto de izquierda como de extrema derecha, y también de los nacionalismos. Fenómenos como el Brexit y el triunfo de un personaje tan controvertido como Donald Trump en Estados Unidos, con el avance de sus políticas proteccionistas en defensa de los trabajadores de su país, son también consecuencias de ello.

El sector bancario, que fue el culpable de la gran crisis por sus malas prácticas, ha sufrido una intensa reestructuración, pero se ha hecho más fuerte y más poderoso, con menos entidades aunque mucho más grandes, hasta el punto que se ha convertido en otro riesgo sistémico muy difícil de controlar. Las importantes inyecciones de liquidez que han efectuado los bancos centrales a la banca privada para mantener a flote la confianza y el flujo del crédito, claves para la buena marcha de la economía, se han hecho sin apenas contraprestaciones. Con ello se ha perdido la oportunidad de sanear a fondo el sistema financiero.

Diez años después de la quiebra de Lehman Brothers, y superada la gran crisis, la sociedad ha cambiado, la economía crece y los riesgos persisten.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...