¿Qué esperar de la presidencia rumana de la UE?
Ruth Ferrero-Turrión
Profesora de Ciencia Política en la UCM e investigadora sénior en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)
Ruth Ferrero-Turión
Tras una más que olvidable presidencia de la UE por parte de Austria, el próximo mes de enero tomará el relevo uno de los países más pobres y periféricos de Europa, Rumanía. Lo hará en un contexto convulso, con más incertidumbres y retos que seguridades. Es la primera vez que Rumania asume la presidencia europea, lo que representa una prueba de fuego para demostrar a los desconfiados que realmente es un digno miembro de la UE.
Bucarest tiene una oportunidad de oro para mostrar sus habilidades y capacidad negociadora ante el resto de socios europeos que, desde su entrada en la UE, le han mirado con desconfianza, cuando no con desdén. Además de por ser la cuna del famoso Conde Drácula y por ser uno de los principales países emisores de migración intracomunitaria, esta presidencia es la ocasión de romper con prejuicios y estereotipos extendidos por el resto del territorio europeo.
Tres serán las cuestiones candentes con las que tendrá que lidiar Bucarest. Una de las más duras, probablemente, la gestión del 'brexit' en el mes de marzo, algo harto complicado a la luz de los acontecimientos de los últimos meses con una Theresa May enrocada frente al Parlamento y sus nebulosos socios europeos. La cuestión migratoria y la gestión del refugio también estarán presentes en la agenda política de un país que, como su predecesor en la presidencia, Austria, también se abstuvo en la votación del Pacto Global de Migraciones.
Cerca de Budapest y Viena
Esto ya da algunas pistas de cuáles serán sus propuestas en este ámbito, más próximas a Budapest y Viena que a Berlín o Madrid, lo que acentuará aún más la brecha entre este y oeste en Europa. También es de esperar, tal y como sucedió durante la presidencia búlgara del 2018, que se preste una especial atención a la situación de los Balcanes occidentales y sus avances hacia su adhesión vía resolución de conflictos regionales. El impulso de la Estrategia del Danubio con la intención de atraer más fondos europeos e inversión extranjera en la región, junto con el lanzamiento de una nueva estrategia del Mar Negro sobre cuestiones de seguridad y desarrollo, serán la pauta.
¿Y todo esto, qué significa en términos prácticos? Sencillamente, el refuerzo de las posiciones mantenidas en relación con la UE por parte de los países de las últimas ampliaciones, junto con Austria e Italia. Es decir, el refuerzo de unas tendencias nacionalizadoras y esencialistas en lo identitario y europeístas en lo económico. El eje estratégico europeo continuará desplazado hacia los intereses de los países del Este, de la frontera oriental y de las cuestiones de seguridad y geopolítica orientadas hacia Rusia. Frente a ese eje, el de los países del sur y del centro continúa perdiendo fuerza estratégica en el ámbito del Consejo. Con un Macrón despistado, una Merkel en posición de salida, Bélgica al borde del caos, España y Portugal como únicos representantes de una socialdemocracia descafeinada del siglo XXI, y todo ello en vísperas de unas elecciones europeas en mayo que vienen cargadas de nubes negras. Parece que no hay demasiado motivo para el optimismo.
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