‘Impeachment’

Todos los indicadores apuntan al fracaso del im­peach­ment contra el presidente Trump que ha anunciado la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi. Será la tercera vez que un presidente norteamericano sufrirá un intento de procesamiento, desde el primer im­­peach­ment de Andrew Johnson, en 1868, y el famoso de Bill Clinton, en 1998. Como bien se sabe, Richard Nixon se escapó del procesamiento porque dimitió antes y, seguramente, habría sido el único de los presidentes que realmente habría sido destituido.

Tanto Johnson como Clinton fueron exonerados por el Senado, y todo hace creer que Trump también saldrá victorioso. Como recordaba Xavier Mas de Xaxàs en un esmerado artículo, son necesarios dos tercios del Senado para condenarlo, y eso implica que, además de demócratas e independientes, hacen falta 19 votos republicanos que, hoy por hoy, ni están ni parece que vayan a estar. En expresión de Mas de Xaxàs, parece claro, pues, que los demócratas han hecho un salto mortal, sin ninguna red de protección, ni la de la mayoría parlamentaria, ni la de la opinión pública, que se mantiene sólidamente fiel a Trump. Además, aunque los demócratas consideran clara la existencia de un delito –la presión al presidente de Ucrania para que investigara la empresa gasística del hijo de Joe Biden–, las pruebas parecen demasiado frágiles para un procesamiento de esta dimensión. Y, además, no hay que olvidar que Trump ha conseguido dominar el relato público, mostrándose como la víctima de la estructura de poder de Washington y de los medios de comunicación que lo apoyan.

Es un ‘impeachment’ instrumental, para que los demócratas ganen oxígeno y recuperen protagonismo

Aunque resulte sorprendente, Trump aún se muestra como la víctima de una cacería del progresismo norteamericano, que nunca habría aceptado su victoria y que teme las reformas que plantea. Es cierto que juegan a favor del impeachment los seis comités del Congreso que están investigando al presidente, y que ahora, según Pelosi, se pondrán al ­servicio del procesamiento. Pero ni los analistas más próximos al Partido ­Demócrata son optimistas con respecto a las posibilidades de éxito de la iniciativa.

¿Por qué los demócratas se arriesgan, pues, a un fracaso político de tanta magnitud? Probablemente, porque, de cara a las próximas elecciones, habría dado una imagen de mayor fracaso no hacer nada que intentar alguna cosa. Entre la impotencia y la reacción, han optado por mover la pieza mayor del tablero, aunque la pueden perder, porque el rédito electoral no está en ganar la partida, sino en mantenerse en la partida. Es decir, los demócratas necesitaban demostrar que están vivos, que el tsunami Trump no los ha barrido y que todavía tienen recursos para recuperar la Casa Blanca. Es un impeachment instrumental, con el fin de ganar oxígeno y recuperar protagonismo. Pero es un cuchillo de doble filo, porque también puede dar oxígeno a Trump, que sabrá sacar un gran rédito mediático. A estas alturas, jugada de alto riesgo.

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